jueves, 4 de junio de 2020

Cosas que suenan mal al oido: Una reseña de la palabra "mongolito".



Quiero abrir un debate sobre un tema muy sensible.

La estandarización de la fragilidad, y la subjetivización de lo moralmente correcto, se ha hecho muy común a tal punto, que es una constante imputar percepciones negativas a lo que se desconoce. Por ello, escribo esta pequeña crítica,  a fin de que se pueda  desprejuiciar la palabra “mongolito”, tal cual se ha hecho con la palabra idiota, sin abrir susceptibilidades.


Hice una publicación "meme", sobre: ¿Cómo reconocer a un «mongolito»? Esa frase ha generado malestar en el muro de una persona que la ha compartido, ya que le dijeron que era una palabra que discriminaba a las personas con síndrome de Down.


Sé que esa crítica es recurrente, como sé que esa no es mi intención.


Sin embargo, ¿realmente creen que todas las intenciones de esa expresión van orientadas a señalar a las personas con síndrome de Down; o es que, quienes así lo ven, son las personas que tienen ese concepto en su cabeza y la asocian a esa condición para hacer un alarde extremo de una falsa puritana moral?


Como dato, les haré saber que la palabra Mongol, viene a ser el gentilicio de Mongolia; la RAE, lo define como : "adj. Natural de Mongolia" .


La forma en como este gentilicio llegó a ser el nombre de una enfermedad genética que en la actualidad es una condición diferente, fue debido a que en 1860, John Langdon Down, publicó un artículo llamado "Observations on an Ethnic Classification of Idiots" , traducido sería: "Observaciones de la Clasificación Étnica de los Idiotas". En esta publicación, al describir los rasgos comunes a esta "condición" genética, escribió: "Un gran número de idiotas congénitos son típicos mongoles". Obviamente, haciendo referencia a que eran descendientes de esta tribu originaria de Mongolia. Fue así como surgió el “mongolismo” en la clasificación médica, para hacer referencia a una escala en la idiocia. Haciendo un paréntesis, es importante notar como nadie asocia la palabra Idiota al retardo mental, no obstante ser un adjetivo médico.  Esto se debe a que el término es polisémico y se ha logrado usar sin ningún prejuicio purista. 


Entonces, retomando, fue de esta manera como el término mongólico se uso dentro de la clasificación médica; pero   en 1961, 19 científicos entre ellos el nieto de  John Langdon Down, enviaron una carta abierta indicando que la asociación entre Mongol e Idiota, no era procedente. De igual manera, en 1965, La Republica popular de Mongolia, se quejó ante la OMS  de que este término usado en su clasificación,  era despectivo hacia ellos. Fue así que en este año, la OMS confirmó el epónimo Síndrome de Down.


En tal sentido, y finalizando, es aceptable que digan que el término “mongólico” o “mongolismo”, es ofensivo para los nativos de esta región del mundo, pero no se le encuentra sentido cuando la pretenden asociar a las personas con Síndrome de Down bajo el concepto de “mongolito”, porque es una expresión racista; y más aún, cuando la palabra  “mongolito”  ni siquiera existe en el Diccionario de la Lengua Española.


¿Ustedes que opinan sobre esta posición de muchas personas sobre el término? 


Algunos links para consulta:










viernes, 24 de abril de 2020

La crisis actual, y el hombre de la «nueva modernidad».


La crisis actual, no es una crisis que devenga de un virus. El virus no ha creado una realidad, la ha desenmascarado.

Hace 30 años, en nuestro país, y bajo el “consenso de Washington”,se dieron cambios tanto en lo social como en lo económico. Las nuevas medidas anunciadas  eran de vital interés, y gozaban de total simpatía y respaldo, de los grupos de poder,  en la medida que la privatización de las principales empresas del Estado a precios irrisorios marcaba el inició una alianza inquebrantable a costos sociales muy altos.

Frente a la promesa del milagro económico, y en una sociedad fragmentada entre citadinos y migrantes de la sierra, a nadie le preocupaba las desapariciones y asesinatos de los principales dirigentes sociales, sindicales, y ambientales.

La desarticulación y criminalización de las protestas, tenían como objetivo tumbarse todo tipo de oposición a la subsecuente precarización y flexibilización laboral, y social. Éramos ciegos, no nos dábamos cuenta, y no creíamos en quienes protestaban, como no lo hacemos ahora.

Han pasado casi 30 años de esos sucesos, y las condiciones de vida que ahora rondan en forma de muerte por las calles de nuestro país ante esta pandemia, y sin que exista organización alguna que la resuelva, tienen su origen en ese escenario de profundización de la desigualdad y la pobreza, que acabamos de narrar sintetizadamente.

Este contexto, es importante tener en cuenta para explicar lo siguiente:

Hoy, contradictoriamente, ese monstruo creado en el régimen fujimorista, busca apoyarse en la solidaridad de un orden social que no existe. Y al mismo tiempo, sabe que no puede confiar en él porque es sensato al reconocer que este “cuerpo social” tiende a identificarse y adquirir conciencia, ante el confinamiento, de sus  profundas exigencias de salud, trabajo, y educación, que él mismo le arrebató.

Profunda contrariedad: Un Estado que busca sostener un orden social, y un orden social que se desgarra por dentro por elementos que pugnan por un cambio radical.

Sin embargo, es importante tener en cuenta algunos detalles de estos elementos -o ciudadanos- en su espacio geopolítico. Mientras los Estados han elevado el nivel de control, hasta el punto de exigirle a los individuos el auto-regulamiento; los individuos, conscientes de que sus problemas obedecen a una lógica global, buscan soluciones globales. Es decir, el Estado busca reprimir el cuerpo, pero el individuo busca trascender al Estado.

Siendo así, la característica principal del ciudadano que esta crisis ha formado, es totalmente opuesta a lo que la política del Estado -Nación condicionaba. El ciudadano de esta era aspira a una solidaridad global, al ius cosmopoliticum del que nos hablaba KANT.

Esta nueva naturaleza del ciudadano post covid, no solo ha perdido temor al Leviatan, sino que además cuestiona al otro nuevo monstruo que regula su existencia: El mercado.

En que circunstancia se logró esa pérdida de temor: Sinteticemos esto en las acciones de sus dos elementos:
1)   El Estado: En su afán de preservar el orden económico, no ha escatimado en hacer algunas concesiones bajo la aprobación de los grupos de poder y la banca; y de esta manera, poder controlar el descontento de más de las ¾ partes de la población; y por otro lado...

2)   El ciudadano: quien hasta hace poco aceptaba la tesis del recorte presupuestal bajo la retórica principal de: “no hay plata”;  se ha percatado que ha estado viviendo en la miseria y la opresión para sostener a un grupo privilegiado de personas que durante 30 años le ha venido mintiendo, recortando sus derechos y su calidad de vida, para favorecer a las grandes empresas que viven de las “compras” estatales,  con el sello de “confidencial”. 

Los mercados se han puesto nerviosos ante esta revelación, y han cedido su poder a quien le puede garantizar el control con el uso de la fuerza (institución que también se ha logrado con el recorte del gasto en Educación, Salud, y Trabajo de la población). 

El Estado después de todo tiene aún dinero acumulado de estas restricciones a la inversión social, y de prestamos que puede obtener y que también recaerán sobre los individuos en un futuro inmediato, así como experiencia acumulada en el manejo de esta crisis, y su represión de ser necesarias.

Sin embargo, como lo decíamos en un inicio, no es solo una cuestión viral lo que nos asecha, también tenemos las amenazas de la crisis alimentaria, energética, hídrica, ecológica, etc., y estas crisis no se solucionarán con una solidaridad consistente en apartarse del otro y confinarse en los domicilios.

¿Algo bueno tiene todo lo dicho hasta aquí? ¿Sirve de algo este análisis superficial del aprendizaje e identidad del ciudadano en esta época de crisis?

Pues, las crisis siempre generan aprendizajes que en tiempos normales durarían años, es como si la historia se adelanta cien años ante nuestros ojos. Y lo que esta crisis nos esta enseñando, es que ante crisis globales necesitamos gobiernos eficientes con una visión ética y global, de gestión.

El pensar es el único instrumento que no se puede obligar a autoregularse o confinarse como el cuerpo mismo. El pensar aún tiene libertad; y por ello, debe ser clandestinamente utilizado para construir aquel tejido social desmembrado, pero urge hacerlo ya, y en estas nuevas condiciones que ya son irreversibles. 

El dilema de esta nueva “normalidad”, es construir donde nos han obligado a disrumpir. Urgen medidas radicales para salvar ya no solo nuestro entorno, sino nuestra sobrevivencia misma.

Para esta sobrevivencia, el manejo de los recursos económicos orientados a equilibrar la vida de los ciudadanos en forma universal, destinando miles de millones para ello, no tiene ni puede ser visto como un acto de desprendimiento excepcional en este periodo de crisis. 

Es un imperativo KANTegórico, por tanto, hacer respetar el primer artículo de nuestra constitución política: « La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado».

Esto solo será logrado, sino olvidamos lo que hemos aprendido en este periodo de crisis que nos ha adelantado la historia ante nuestros ojos, y exigimos una EDUCACIÓN PÚBLICA, DE CALIDAD, Y GRATUITA; SALUD UNIVERSAL, Y DERECHO A UN TRABAJO QUE NOS PERMITA UNA VIDA DIGNA QUE NO NOS OBLIGUE NUEVAMENTE A DESAFIAR A LA MUERTE POR UN TROZO DE PAN EN LA CALLE.

Finalmente diremos, como aprendizajes principales que:
1)   El Estado tiene nuestro dinero,
2)   Hay que exigirle que lo administre bien,
3)   No más gasto en tanques ni aviones, pero sobre todo...
4)   Hay que recordar que hay un 75% de ciudadanos que esta esperando apoyo; y que no podemos ignorarlos cuando este aislamiento termine, salgan a las calles, y sean reprimidos nuevamente como se describió  al inicio de este relato,  hace ya 30 años.


lunes, 16 de marzo de 2020

Los ojos de Marina


Los ojos de Marina
Escrito por Marco Chereque:


“No recuerdo el origen de este relato. En verdad, creo es la transcripción de uno que encontré. Para ser más exacta no recuerdo ni quien soy. Dicen que soy escritora. A Calixto si lo recuerdo por eso ahora reseño su historia. De ella sólo tengo la imagen de sus ojos, que en sus descripciones idílicas me legó”.
De:  Memorias de Eva Martina.
                                                                   


Principiaba un nuevo otoño en Trujillo. Un  otoño que además de muerte es el inicio de la vida.  Vida de melancolía que Víctor Hugo definía como un sentimiento más que la gravedad y menos que la tristeza. Yo la vivía paisajísticamente, como un azul grisáceo sobre piedras facetadas en la cima de un cerro. Como algún camino hacia el océano. Difícil de sentir para quien no tenga el desafío que tenía Calixto: Ser un gran novelista.

-         - Aunque ese esfuerzo me costará la vida”, decía con sincera vocación. Se había obsesionado con ese profundo deseo, hasta el punto de dejar aquello oculto que habitaba en la naturaleza humana en cada cuarteto que escribía.

Calixto era una persona solitaria, esa soledad le ayudo a graficar cada detalle de lo que sería su  novela mayor:  casas coloniales, balcones, techos –algunos de estilos mudéjar-, ventanas y las pinturas apasteladas de las fachadas que eran el trayecto por el que siempre caminaba cada mañana, por el mismo lado, en la misma vereda, de la misma avenida. Desde su casa a la biblioteca. Y luego,  desde la biblioteca a su casa;  otra vez por la misma avenida, en la misma vereda, por el mismo lado.

Para saber más sobre él y casi pisando sus pasos, fui a visitar aquella biblioteca que para sus fines frecuentaba. Tenía un frontispicio nebuloso e insondable. Me acerqué, y en cada anaquel había una galaxia de misterios. Galaxía virgen, tímidamente vestida de túnicas blancas pero opacas, cohibidas a los ojos de cualquier lector, con sus satélites circunvalando ejes que más se ofrecían como caderas imaginarias, desdibujadas, o tenues por el correr de los tiempos. Mis ojos seguían esas líneas y era como ingerir una bocanada de historias que las letras y el pensamiento no lograban atrapar, como no pudieron atrapar los gringos al chiwaco, ave que agitaba sus alas del papel donde estaba dibujada, para escapar de sus captores ante la aguda mirada nublada e iracunda de Eduardo, en la novela de Eielson. Novela que estaba también flotando entre el polvo de esa vía láctea, esperando que alguien la soplará para que no se extingan desdibujados sus ejes curvilíneos, y prodigando ese olor de misterio sexual que otras vez sería devorado por la historia, para volver a llenarse de polvo y tener un polvo,  y así vueltas y vueltas, vueltas y vueltas en repetidos ciclos, y círculos, como dos amantes eternos,  como los pájaros que libero Eduardo, y  que conocían la libertad, pero que no querían volar por temor, o por no poder llevar los pesados huesos de su amigo a ese cielo de arcano destino que ahora trato de recordar. De pronto una interrupción. Una viejecita con mirada cansada, como si hubiera podido arrancarme los ojos para saber que traigo dentro. Se acercó, y sin que le hubiera preguntado nada, como si me destino hubiera sido llegar ante la guardiana de ese oculto universo, menciono:
-          - "A Calixto no le importaba viajar de un planeta a otro, aprovechaba cada historia para acercarse a nuevos personajes".

-        - " ¿Conoció a Calixto?", ingenuamente pregunté aquella vez. Ahora recuerdo ese momento, fue  como si hubiera lanzado un grito desde un acantilado, esperando que el eco traiga alguna respuesta.

 -          - «Nadie lo conocía. Nadie se acercaba a él. En una sola oportunidad se sentó a mi lado y me solicitó revisar un libro que tenía en la mano. “¡Qué sería de mi cuando deje de escribir!”, fue la última frase que le escuche».

Me dijo esto último y luego aquella figura sabia, se diluyo al apagarse la lámpara que pendía sobre mi espalda. Eso hace unos 60 años más o menos. De esta viejecita aun guardo su mirada, había tantas cosas en ella que me eran familiar, que a veces pienso era yo misma. 

Uno de los libros que encontré cerca de este primer encuentro, en mi búsqueda, fue: "Las memorias de Eva Martina" , era como si la presencia de este ser casi fantasmal se  hubiera desintegrado para hacer de sus pensamientos un objeto de signos casi místicos y proféticos. Según lo que en el encontré, parecía indicar que Calixto estaba atrapado en el encanto del Hipocampo, aquel mismo que retrato con tanta exactitud aquel escritor de estirpe de antiguo abolengo virreinal.  Calixto, no solo estaba obsesionado con ser un gran escritor, sino que cada mañana al llegar el otoño, buscaba esos ojos que resuelvan el misterio del que deseaba escribir. Algo hace presagiar que la encontró y con el otoño la perdió, siempre pasaba así, y con ese mismo olor de misterio sexual otras vez sería devorado por la historia, para volver a llenarse de polvo y tener un polvo,  y así vueltas y vueltas, vueltas y vueltas en repetidos ciclos, y círculos, como dos amantes eternos,  como los pájaros que libero Eduardo, y que conocían la libertad pero que no querían volar por temor, o por no poder llevar los pesados huesos de su amigo a ese cielo de misterios que ahora trato de recordar. -“Y Calixto zarpo del puerto de aquella bahía donde sus cabellos negros oscilaban al viento”, era una de las líneas que nunca pude olvidar de aquel libro.

Dicen que la belleza de sus ojos, ofrecían, la mayoría de los versos cromáticos que cantan los poetas. Y eso, fue lo que necesitaba su fatídica tarea de escritor. Ese día, el bote en el que huía de su destino, se perdió en el horizonte tras lo que sería su último capítulo.

Cuando ella se enteró de lo sucedido corrió a la casa de Calixto a unas cuadras de la Biblioteca, y hurgando entre sus cosas encontró una caja con muchas hojas que, al revisarlas, en muchas de ellas se encontró. Y por primera vez,  fue y conoció aquella bahía donde al monstruo dominó.

Al llegar, corrió desesperada a la baranda enmaderada de cuerpo podrido y enmohecido, y leyó cada una de las hojas a la misma hora que Calixto frecuentaba ese punto del océano que era, como dijimos: - su más grande desafío. Obviamente esa noche mientras leía cada hoja desgarrándose el alma, Calixto no llegó.

Marina era su nombre. La conoció en la Biblioteca, y juntos leyeron esa única vez: “La muerte de un naufrago enamorado”.

 Marina estaba cubierta de la misma túnica con la que estaban rodeados los anaqueles de ese universo que solo existía en la mente de Calixto. Parada, revisando cada uno de los pensamientos de quien solo vivió para escribir, y cuyo punto final dejo correr sobre el manto azul del océano que parecía bautizar el nombre de quien ahora ofrecía sus ojos al encanto de la bestia.  Pasmosa, develando cada uno de los dogmas literarios de quien la había buscado sin haberla nombrado, y la había creado sin haberla buscado. ¡Marina se sorprendió! Dibujada sobre hojas de papel iba al encuentro de aquel capítulo final que Calixto nunca quiso escribir: Una  tacha que era una respuesta final al enigma, una respuesta que al parecer era una resignación al ocaso mortal de la fantasía:
-          Y si no fuimos felices, fue porque los tambores del equinoccio no dejaban de sonar, mientras navegando escapaba del final.

Ella se sentía confundida, ausente, figura inmóvil, retrato muerto de la infancia, imagen blanca y dolorosa, como aquellos papeles arrojados  al mar con la esperanza de que vayan a dar vida a Calixto,  ¡Más quién sabe donde ahora se encuentre! Las hojas se perdieron en el mar; pero ella, regreso nuevamente a la biblioteca...  virgen, tímidamente vestida de túnicas blancas pero opacas, desdibujada pero ésta vez por la tristeza, o por el pasar de las olas, ante ella, mansas; pero bravío a los ojos de cualquier navegante, de cualquier navegante sin brújula, o sin el faro de sus ojos. 

…..
Hoy, a mis 80 años, nunca más regresé por esos pasos suyos, de esa novela solo conserve esta página que he transcrito, que para ser cierto, como muchas de las cosas que olvidé, no sé si yo las escribí, las escribió Martina, o si realmente eran de Calixto.