domingo, 8 de mayo de 2016

CIUDADANIA Y PODER, LA POLÍTICA DEL S. XXI



Por: Marco Chereque Pretel

En la Antigua Grecia, el ser un ciudadano era un privilegio y una función. Es decir, tal y cual gaseosamente hoy consideramos como derechos y obligaciones. Este privilegio tiene su origen en la influencia y la orientación que determinaba en el campo filosófico, político, moral y artístico, la ciudad. El griego era ante todo un ciudadano, era lo que su papel cívico le imponía, y todas sus actividades, iban orientadas a edificar su civilización, embellecerla bajo el arte, reflexionarla y mejorarla mediante las especulaciones filosóficas, y celebrarla mediante
sus actividades literarias y teatrales.

Esto era así, porque como contrapeso a este valor, se encontraba la institución de la esclavitud, condición social que nunca fue puesta en duda, y que a pesar de las escuelas que proclamaban la igualdad moral de los hombres, como el epicureísmo y el estoicismo, era considerado como un dato natural que se utilizaba sin discutir. Institución natural según Aristóteles, pero que nos ayuda a comprender , por qué un ciudadano , aun siendo el más pobre, se sentía privilegiado de serlo y de ejercerlo, pues como ya hicimos mención , la condición de ciudadano era una función que atribuía obligaciones para la conservación de  la sociedad civilizada.

En la actualidad, la esclavitud moderna, se llama capitalismo, “y la más efectiva subyugación y destrucción del hombre por el hombre se desarrolla en la cumbre de la civilización, cuando los logros materiales e intelectuales de la humanidad parecen permitir la creación de un mundo verdaderamente libre”[1] . En ella encontramos que el hombre ha perdido su identidad como ciudadano y ha pasado a ser un objeto subordinado a la disciplina del capital, generar riqueza para sí o para otros, es el fin último del individuo sin la sociedad.

Esta paradoja de progreso técnico y científico , y a la par desarrollo de la esclavitud moderna, ha generado también la reproducción y tecnificación de su condición social  más favorable, que es la mecanización del individuo, la misma que como en La República de Platon, la ciudad justa buscaba ciudadanos justos; esta ciudad moderna,  como condición social, ha generado individuos como fuerza de trabajo pero sin que se asuman como esclavos del sistema , porque caso contrario la condición de ciudadanos libres que nos irroga la contemporaneidad, nos obligaría a asumir mayores compromisos y obligaciones frente a los que mecanizan su vida como obreros del capital.

En síntesis, la ciudadanía exige al individuo como habitante de la ciudad, que se genere compromisos con su comunidad, y obre para su bien y para el bien común, pues la problemática social o de la ciudad, deberían ser una preocupación constante para todos sus habitantes. Esa preocupación por la condición de ciudadano es indelegable, lo que obliga a no absolutizar la facultad electoral para depositar en cada periodo, el poder y responsabilidad en terceros, anulando por todo un periodo nuestra libertad para mecanizarnos por un lustro en el empobrecimiento mental de la cotidianeidad.  Para lograr este compromiso, es de primordial necesidad, desmitificar la libertad, y asumir una ciudadanía responsable como seres sociales en una unidad territorial que merece ser rescata de la alienación cultural en la que nos encontramos inmersos. La ciudadanía debe volverse un principio y y leit motiv de todo nuestro actuar y pensar,   ese es el actual reto de nuestra generación a portas del bicentenario de nuestra inconclusa independencia.  Ese es el reto de nuestro siglo, del Siglo XXI.














[1] Eros y Civilización, Herbert Marcuse, Edit Six Barral, Pag 18 , España - 1971