viernes, 25 de septiembre de 2015

El derecho al pesimismo como principio de la naturaleza humana en el postmodernismo.


El motivo de este corto  ensayo es encontrarle una fundamentación al modo básico de hacer las cosas y de resolverlas. La vida es  tan fugaz en lo histórico que a veces pensamos que  puesta a su servicio no cambiará su rumbo y es un desperdicio de la nuestra pues nos alejaríamos del "éxito". Lo pensamos así por la dinámica misma de la sociedad, que es tan cambiante como cambiante es nuestra realidad por los adelantos científicos y tecnológicos que han terminado produciendo la cultura de lo descartable, de lo desechable, de lo que se usa para botar, incluso en el mundo de las ideas. Esta visión por tanto, también ha calado en la educación,  donde lo aprendido debe ser útil a los requerimientos del mercado, y se da en la política  también pues  ya nadie forma partidos ni genera conciencia ideológica, reduciendo estas actividades a la lógica de la “unidad”  para el logro del alcance del poder en el gobierno en forma compartida, y así pasa  en todas las instituciones que antes gozaban de estabilidad, eran entes normalizadores de la sociedad ( por consenso o por la fuerza),   y contenían un fuerte compromiso a largo plazo. Es en este ritmo  que nace el desaliento, el pesimismo, la falta de compromiso y la cultura de lo práctico. Ya nadie sabe si lo que hace hoy lo hará mañana, ya nadie sabe si puede haber más saltos en la historia ni desean hacer el mínimo esfuerzo por lograrlo.

Éste estado de cosas ha hecho repensar la utilidad de lo trascendental, y ha generado la reacción hacia lo moral, lo absoluto, lo atemporal, considerándola poco ajustable a los nuevos cánones de vida. No se puede saber si ha sido la forma de vida de esta sociedad la que ha puesto en evidencia a lo trascendental o ha sido una nueva moral la que está presionando a una sociedad tan vulnerable cuya estabilidad se ha acortado a espacios tan pequeños que ya no requieren de conceptos tan impropios a la pragmaticidad. Así evidenciamos, que Dios, la vida eterna, la ética pasan a ser obstáculos en la cultura de lo útil, del goce inmediato, de lo placentero.
En lo que respecta al tema central, podemos empezar a hablar ya del derecho al pesimismo en las generaciones  postmodernas,  y esta actitud de no poder cambiar las cosas, nos está generando impotencia al momento de abordar problemas históricos  que vienen arraigados en nuestro desarrollo social, como la delincuencia por ejemplo, a la cual debido a lo mencionado preferimos acabarla con políticas medioevales -atacando el cuerpo mismo, pues la vida no tenía ningún valor al imperar el régimen esclavista en esa época- ya que una política resocializadora no trae ningún beneficio inmediato en lo personal.

Pero no podemos sentarnos a pensar en la complejidad y la modernidad liquida que es como llama Zigmunt Bauman a esta cambiante realidad, en términos de una excusa para no hacer nada, pues si bien este fenómeno es un fenómenos universal que tiene consecuencias en todos los países,  no es la primera vez que la humanidad se enfrenta a una situación difícil.   Entonces algo hay que hacer y ese algo es  conciliar la metafísica, la ética, la estética y las leyes con la modernidad, revisando y   adaptando  mecanismos de otras culturas que hayan funcionado en otras épocas a nuestra localidad, es decir pensar lo global en lo temporal y espacial, despertar nuestra curiosidad por otras culturas sin obstrucción por parte de lo local, esto nos obligará a hacer una relectura del pasado y de la historia, en síntesis,  estimular la curiosidad intelectual.  En nuestro  tema abordado: la delincuencia en los adolescentes, empleando este ajuste conciliador de moral y norma de una determinada cultura a nuestra época,  el  mecanismo debería  significar abordar la responsabilidad penal de los padres en los menores, como se aplicaba en  las legislaciones de la  cultura indígena en Bolivia por ejemplo  y en el Derecho Soviético. Tarea que correspondería abordar desde doctrinas comprehensivas y que abarquen diversas cosas más allá de lo legal, y aquí ya dejamos la responsabilidad al proceso de discusiones libres y reales emprendidas por participantes libres y racionales, reales y vivos, como lo señala la doctrina procedimental habermasiana. Y yo me aparto del tema.