Por: Marco Chereque Pretel
En la Antigua Grecia, el ser un ciudadano era un privilegio y una función. Es decir, tal y cual gaseosamente hoy consideramos como derechos y obligaciones. Este privilegio tiene su origen en la influencia y la orientación que determinaba en el campo filosófico, político, moral y artístico, la ciudad. El griego era ante todo un ciudadano, era lo que su papel cívico le imponía, y todas sus actividades, iban orientadas a edificar su civilización, embellecerla bajo el arte, reflexionarla y mejorarla mediante las especulaciones filosóficas, y celebrarla mediante
Esto era así, porque como
contrapeso a este valor, se encontraba la institución de la esclavitud, condición social que nunca
fue puesta en duda, y que a pesar de las escuelas que proclamaban la igualdad
moral de los hombres, como el epicureísmo y el estoicismo, era considerado como
un dato natural que se utilizaba sin discutir. Institución natural según
Aristóteles, pero que nos ayuda a comprender , por qué un ciudadano , aun
siendo el más pobre, se sentía privilegiado de serlo y de ejercerlo, pues como
ya hicimos mención , la condición de ciudadano era una función que atribuía
obligaciones para la conservación de la sociedad
civilizada.
En la actualidad, la esclavitud
moderna, se llama capitalismo, “y la más efectiva subyugación y destrucción del
hombre por el hombre se desarrolla en la cumbre de la civilización, cuando los
logros materiales e intelectuales de la humanidad parecen permitir la creación
de un mundo verdaderamente libre”[1]
. En ella encontramos que el hombre ha perdido su identidad como ciudadano y ha
pasado a ser un objeto subordinado a la disciplina del capital, generar riqueza
para sí o para otros, es el fin último del individuo sin la sociedad.
Esta paradoja de progreso técnico
y científico , y a la par desarrollo de la esclavitud moderna, ha generado
también la reproducción y tecnificación de su condición social más favorable, que es la mecanización del
individuo, la misma que como en La República de Platon, la ciudad justa buscaba
ciudadanos justos; esta ciudad moderna,
como condición social, ha generado individuos como fuerza de trabajo
pero sin que se asuman como esclavos del sistema , porque caso contrario la
condición de ciudadanos libres que nos irroga la contemporaneidad, nos
obligaría a asumir mayores compromisos y obligaciones frente a los que
mecanizan su vida como obreros del capital.
En síntesis, la ciudadanía exige
al individuo como habitante de la ciudad, que se genere compromisos con su
comunidad, y obre para su bien y para el bien común, pues la problemática
social o de la ciudad, deberían ser una preocupación constante para todos sus
habitantes. Esa preocupación por la condición de ciudadano es indelegable, lo
que obliga a no absolutizar la facultad electoral para depositar en cada
periodo, el poder y responsabilidad en terceros, anulando por todo un periodo
nuestra libertad para mecanizarnos por un lustro en el empobrecimiento mental
de la cotidianeidad. Para lograr este
compromiso, es de primordial necesidad, desmitificar la libertad, y asumir una
ciudadanía responsable como seres sociales en una unidad territorial que merece
ser rescata de la alienación cultural en la que nos encontramos inmersos. La
ciudadanía debe volverse un principio y y leit motiv de todo nuestro actuar y
pensar, ese es el actual reto de
nuestra generación a portas del bicentenario de nuestra inconclusa
independencia. Ese es el reto de nuestro
siglo, del Siglo XXI.