La ONPE ha establecido un periodo
alianzas que vence el día de hoy, pero hasta el momento tanto en la
derecha como en El Frente Amplio (FA) que viene a ser el
representante de los partidos demócratas modernos, aún no se
han realizado inscripción alguna
ante este órgano electoral. Pero entre ambos bandos existe una gran diferencia,
a los primeros no les interesa unirse porque no lo necesitan: tienen candidatos
millonarios, con presencia mediática, contratan asesores de campaña
internacionales, compran votos y todo lo
que se oferta en el mercado electoral; mientras que los segundos, su única e histórica opción, es desdibujar las diferencias morales que se
han creado entre ellos. Para tal objetivo, han realizado algunos pocos intentos
como: “mesas por la unidad”, reuniones de “acercamiento”, y hasta la tan
mencionada “elecciones ciudadanas”; lamentablemente, tal hito en las prácticas
democráticas, lejos de cohesionarlos les ha ocasionado fisuras como consecuencia de
denuncias de fraude.
En el otro bloque de los nuevos
frentes democráticos “modernos”: Unidad Democrática (UD), ha sucedido lo mismo,
sus integrantes, al mismo estilo de una descorazonada película del viejo oeste, comenzaron a
dispararse acusaciones de fraude
mutuamente. La consecuencia: una irreconciliable ruptura.
En este escenario, las
expectativas se han convertido en
incertidumbres para los simpatizantes del F.A., pues más allá del inflado
optimismo y la injustificada vanidad caudillesca de su cúpula debido a su segura posición como cabeza de ratón, la
verdad es que pese a ser el único
espacio electoral de los “otros”, no van a poder suplir el vacío que deja la
división de U.D., cuya naturaleza es totalmente distinta.
A esto, hay que sumarle las
circunstancias de la política electoral
internacional, con un bloque de gobernantes de la “izquierda moderna” que se va
debilitando y dando a paso a los representantes más rancios
de la economía neoliberal; y sumarle
también los anuncios de la llegada de los efectos de la crisis económica a este
lado del mundo disfrazado como simples bajas de las tasas de crecimiento de la
economía nacional. Indicadores estos, de que el gran capital industrial y
financiero necesitan de un régimen duro que pueda sostener sus pérdidas sobre
los hombros de los ciudadanos de este lado del continente.
Graficada de esta manera los
factores internos y externos de este periodo electoral, la única posibilidad
que tienen los frentes “modernos o progresistas” para poder calar en el
descontento nacional , es asumir una posición clara y convincente en la vieja díada de izquierda y derecha, pero creando fronteras entre ellas que no permita
conciliaciones de ningún tipo dado a que
las circunstancias lo ameritan; sin
embargo, esta no es la naturaleza de un
Frente cuya plataforma de unidad va desde el centro hasta lo “reciclado” a boca
de ellos mismos, amplitud que dificulta que su fraseología de reivindicaciones
mediáticas y complacientes a esa variedad, puedan significar un golpe real al sistema
económico mismo. Lo rescatable después de todo es que lejos de toda posibilidad
han sabido en poco tiempo ubicarse en la gran batalla de titanes,
obteniendo como trofeo, el haber logrado autodenominarse “izquierda moderna
o progresista”, merito que a pesar de las heridas que le dejará esta primera
batalla, les permitirá seguir mirando
con optimismo el horizonte al 2021.